domingo, noviembre 23, 2008

La manera correcta de gritar


Como buen suplemento dominical, Radar mezcla los temas con desparpajo y milagrosa coherencia. Al igual que la revista C, es un placer indescriptible tirarse en la hamaca a ver la vida pasar, como si uno realmente no tuviera que hacerse cargo de ella.

El domingo pasado publicaron una entrevista a Daniel Flores, tecladista de Satélite Kingston y autor del libro La manera correcta de gritar, sobre el ska en Argentina. De pronto y sin prestar atención, me encontré con una punta de emoción atragantada por los héroes de la prehistoria del ska, un movimiento del que no conozco más que a los Cadillacs. El fragmento es largo pero qué importa... ¡cúrtanse!:

¿Cómo llegaste a averiguar tanto sobre la vida de alguien que se hacía llamar Ronnie Montalbán?

–Su disco Señor caníbal andaba por ahí, siempre había un fan del ska que lo tenía. Alguien lo vio y se hizo conocida la existencia del disco pero no de Ronnie Montalbán porque nadie tenía ni idea de quién era. Llamé a Melopea y me dijeron que el único que podía saber algo de él era Mario Antonelli, el historiador que sacó hace unos años el libro sobre Los Gatos. Lo contacté y me dijo: “Lo único que sé es su nombre verdadero”, lo cual no era poco porque manejarte sólo con el seudónimo es como estar en un callejón sin salida. La cuestión es que se llamaba Jorge Bilyk, busqué en la guía porque eran pocos (uno tenía una librería) y finalmente di con Martín Bilyk a quien yo conocía de antes, un tipo relativamente célebre porque imitaba muy bien al fiscal Moreno Ocampo. Lo gracioso es que, tiempo atrás, yo lo había entrevistado por su trabajo en la radio y cuando me doy cuenta de que era él, le pregunto si tiene algo que ver con Jorge. “¡Es mi viejo!”, me dice. El no hablaba mucho de Ronnie en las entrevistas porque no era una imagen muy presente en su vida: sus viejos se separaron cuando él tenía un año y el padre murió cuando él tenía diez años. Y nunca lo conoció como músico tampoco. Incluso, para la entrevista que hicimos, él tuvo que informarse antes con su madre.

Si bien parece un personaje muy simpático, pensaba si Ronnie no representa un costado un tanto absurdo de estas subculturas, en cuanto se apropian un poco a destiempo de algo bastante lejano...

–Es verdad que hay una parte medio triste o absurda en el hecho de agarrar algo y traducirlo mal y tarde, hay algo de eso. Pero también es interesante pensarlo en el sentido de que te apropiás de algo para hacerlo tuyo, y así armás tu propia historia con dos o tres guiños culturales. Es decir, no hacerte simplemente eco de lo que pasa afuera sino generar tu propio mundo. El gran revival del ska en Inglaterra, la apropiación blanca, digamos, es en el ’79 u ’80, y acá como movida aparece a mediados de los ’80. Por otro lado en el ’83 se recarga la página con todo, todo estaba frenado hasta ese momento. Un caso muy extremo en el público ska de los noventa, ya no de los ochenta, era un pibe que era el único mod. Si había una minúscula escena ska, había una aun menor escena mod. Un solo pibe que cumplía todos los requisitos, como si perteneciera a un grupo pero era uno solo. El lo había agarrado 30 años después, y aunque tenía mucha onda, seguro que cometía errores subculturales: no usar el pantalón como lo usaban los mods originales y demás, pero el tipo se había inventado su propio universo inspirado en discos, y eso era algo autárquico. Por otro lado, tal vez parte de la cultura argentina implique cierto índice de traducción que tiene mucho de creación. Eso para mí se ve clarísimo con los Cadillacs: en sus comienzos eran tachados de extranjerizantes, tipos pretenciosos y disfrazados y, sin embargo, yo creo que ellos terminaron imponiendo en toda América latina su propia subcultura, una subcultura que tiene que ver con el ska pero lo sobrepasa y que fue, a su vez, imitada en muchísimos otros países. Si en México, Colombia o Venezuela hubo una escena ska, te aseguro que fue porque ahí cayó un disco de los Cadillacs.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Como buen suplemento dominical, Radar mezcla los temas con desparpajo y milagrosa coherencia. Al igual que la revista C, es un placer indescriptible tirarse en la hamaca a ver la vida pasar, como si uno realmente no tuviera que hacerse cargo de ella.
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