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miércoles, octubre 05, 2011

En esa época los llamaban "libros"


La industria editorial, como todas las industrias creativas, está viviendo cambios a una velocidad impensada hasta hace poco tiempo. Dos artículos que leí hace poco dan cuenta de este fenómeno y provocan cierta melancolía (¡al menos a los que somos migrantes digitales!).

Kevin Kelly rescata la gesta de un proyecto que busca preservar la existencia física de los libros impresos:

We are in a special moment that will not last beyond the end of this century: Paper books are plentiful. They are cheap and everywhere, from airports to drug stores to libraries to bookstores to the shelves of millions of homes. There has never been a better time to be a lover of paper books. But very rapidly the production of paper books will essentially cease, and the collections in homes will dwindle, and even local libraries will not be supported to house books -- particularly popular titles. Rare books will collect in a few rare book libraries, and for the most part common paper books archives will become uncommon. It seems hard to believe now, but within a few generations, seeing a actual paper book will be as rare for most people as seeing an actual lion. Brewster decided that he should keep a copy of every book they scan so that somewhere in the world there was at least one physical copy to represent the millions of digital copies. That safeguarded random book would become the type specimen of that work. If anyone ever wondered if the digital book's text had become corrupted or altered, they could refer back to the physical type that was archived somewhere safe.

Mi primera reacción frente a tamaña epopeya fue la incredulidad, seguida luego por cierta ternura asociada al romanticismo aparente de esta buena gente. Pero al rato llegó el sudor frío de pensar en el futuro improbable que quizás motorice al proyecto en cuestión (algo parecido a Mad Max o La Carretera) y me dieron ganas de abrazar bien fuerte a la pila de libros de la mesa de luz.

Seth Godin (vía Ciberescrituras), en cambio, mira con entusiasmo al futuro y plantea una reconfiguración de la biblioteca para que siga siendo una fuente de conocimiento en estos tiempos tan inmateriales. Me gustó la traducción libre de Ciberescrituras:

El bibliotecario es un cazador de datos, de contenidos, es un guía, un sherpa que nos conduce por las rutas desconocidas de los libros y la información, y, más importante, es la interface entre el universo de datos y los poco entrenados pero ávidos y motivados usuarios. (traducción híper libre de sus palabras). Lo mismo podría decirse sin duda de los libreros que cada día más se convierten en unas rara avis del mundo del libro.

Hay que entrar a saco a las bibliotecas para transformarlas nuevamente en centros que irradien el amor por lo que contienen los libros.

jueves, febrero 24, 2011

El futuro de la gastronomía


Con más lentitud de la que me gustaría seguimos adelante con el proyecto de gastronomía como industria creativa. En el interin voy acumulando información sobre el tema y puedo afirmar, citando al genial Cukmi, que la comida es la segunda cosa más divertida en el mundo.

Imprimir la comida

Leo en Directo al Paladar sobre la comida para imprimir:

Con un funcionamiento parecido al de una impresora convencional, basado en diversos cartuchos llenos de comida procesada en estado líquido, se trata de una impresora en tres dimensiones. Según parece, y para entender un poco más el invento y su propósito, no se trata de una impresión tal y como la conocemos, sino más bien una suerte de mangas pasteleras tecnológicas que crearían formas con la comida. Los alimentos se mezclarían con sustancias espesantes y las recetas se podrían compartir en las redes sociales, pudiendo imprimirlas y comerlas apretando un solo botón.

El proyecto, probablemente todavía en el terreno de la fantasía (al igual que Cornucopia), deja un sabor amargo por lo que nos depara el porvenir. De todos modos, también ejemplifica la curiosidad y el tesón de nuestra especie.

Todos nos merecemos un pedacito de tierra

Aparentemente están proliferando las organizaciones que promueven la vinculación entre amantes del arte del cultivo y tenedores de tierra ociosa:

El procedimiento es muy simple: sólo tienes que registrarte gratuitamente como potencial hortelano o como propietario de un terreno, buscar a gente cercana que encaje con lo que quieres y ponerte en contacto con ellos para llegar a un acuerdo sobre el porcentaje de la cosecha que se queda cada uno. En caso de que no encuentres a nadie, puedes esperar a que en el futuro entre alguien en la web al que le pueda interesar compartir tierra contigo.

¿Para cuándo el capítulo local? ¡Los Articultores seguramente se copen con la idea!

Menú en el celular

Storific es una aplicación que sirve para pedir la comida desde el iPhone en un restaurante:


Al sentarse o entrar en el local, el cliente recibe un código que corresponde a su mesa, y que debe teclear en el teléfono. La aplicación le muestra entonces el menú completo del restaurante, con fotos, descripción y precios de cada uno de sus platos. Al hacer las peticiones se pueden incluir comentarios, por si se quiere la carne poco hecha o la ensalada sin pimiento. Las tareas del camarero quedan así reducidas a resolver dudas, servir la comida, cobrar y limpiar las mesas. Las esperas para pedir o añadir nuevos platos a lo ya pedido, y los tiempos muertos entre que se toma la nota y ésta llega a la cocina desaparecen para siempre.

Es otra de esas pavadas que te dejan pensando. El juguete marca el rumbo a la interactividad y a la personalización de la experiencia de comer afuera. ¿Qué está comiendo el de al lado? ¿Cuáles son los platos más populares? ¿Qué te gustaría comer y no encontrás en el menú? ¿Calificarías al cocinero o al mozo?