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martes, abril 03, 2012

Las cosas tienen movimiento


La última crisis económica en los países centrales ha puesto en evidencia un fenómeno que se viene consolidando desde hace años como respuesta al consumismo desmedido y gracias a la intermediación de las nuevas tecnologías:  El consumo colaborativo. En esencia, estamos frente a un profundo cambio de hábitos culturales y económicos en torno a la misma naturaleza de los objetos que nos rodean, orientada a valorar el acceso cómodo, barato y confiable a productos y servicios sólo cuando realmente los necesitemos, en contraposición con la acumulación desmesurada de bienes más allá de nuestras posibilidades temporales de agotar su uso. Pueden consultarse aquí y aquí dos muy buenos posts introductorios al tema.

De la mano de esta tendencia los gobiernos van tomando nota sobre un nuevo indicador económico: La felicidad. La paradoja, que sitúa a algunos países francamente pobres en términos de su producto bruto al tope de los rankings globales de felicidad, parece explicarse por una obviedad: Tener no es equivalente a ser feliz (por supuesto, en la medida en que estén cubiertas las necesidades básicas). La desigualdad, medida por la distancia entre el más rico y el más pobre, es también un indicador interesante de la felicidad de los países. Los datos duros confirman la robustez del fenómeno, particularmente en los más jóvenes, y auguran un crecimiento sostenido en los próximos años.  

¿Qué pasa en Argentina? ¿Cómo reacciona nuestra economía creativa ante estos nuevos desafíos? El capítulo local de KitchenParty, el bicing o los nuevos programas para compartir autos apuntan en una dirección interesante (¡aunque todavía nos falta lo mejor!). Está claro que hay terreno fértil en un país que reaccionó de maneras tan imaginativas a la crisis del 2001, refugiándose en la cultura y en la creatividad con propuestas que hoy podrían ser perfectamente encuadradas en el consumo colaborativo.





martes, febrero 24, 2009

Ser y tener


Juana Libedinsky es una de mis personas más envidiadas durante los domingos de hamaca y diarios. La periodista de La Nación escribe en aparente movimiento constante entre Londres, Nueva York y París y tiene curiosidad y capacidad para descubrir temas de interés más allá de la crónica diaria. Habitualmente publica entrevistas a acádemicos que están sacudiendo sus respectivas disciplinas aportando aire fresco a la torre de marfil.

El domingo fue el turno de Daniel Miller
, antropólogo inglés con una interesante visión sobre el consumismo:

"Tenemos el mito de que nos hemos vuelto unos materialistas desaforados -dice Miller- mientras que las sociedades tradicionales o las tribales no estaban tan atadas a los objetos como nosotros. Ahora, lo curioso es que cuando los antropólogos trabajamos con tribus en Nueva Guinea, por ejemplo, no tenemos problema en ver la importancia que esta gente le daba y le da a los objetos materiales, simplemente asumimos que los objetos materiales son simbólicos y que representan valores morales o religiosos para ellos. Pero al verlos en las sociedades occidentales todos tendemos a caer en el lugar común de condenarlo, cuando la única diferencia entre nosotros y esas tribus es que hoy, en las grandes ciudades, tenemos una mayor cantidad de objetos".

La hipótesis de Miller es que los objetos nos construyen una identidad. "La cultura material es importante porque los objetos crean sujetos más que a la inversa", sostiene, e incluso va más allá al asegurar que "cuanto más cercana es nuestra relación con objetos, más cercana es nuestra relación con otras personas".