miércoles, octubre 15, 2008

Perderse en la ciudad

De puro vago, y teniendo en cuenta mi actual diletantismo metropolitano, copio esta fantástica entrada de Roger Colom sobre el arte de perderse en la ciudad. Agrego, a modo de torpe prólogo, que existen por supuesto infinitas ciudades posibles. Hace millones de años escuchaba un programa de radio bastante extraño en la medianoche de alguna radio que quizás ya no exista. Si mal no recuerdo, el nombre era "Buscado" y tenía un locutor que mechaba pequeños textos entre una cuidadísima selección de jazz y otras melodías nocturnas. Recuerdo muy bien a un personaje que recorría la ciudad por las azoteas y siempre pensé en la posibilidad de desdoblarse, manteniendo el cuerpo caminante a raz del piso pero con la mirada en los techos de los edificios... Creo tener unos cassettes con esas grabaciones. ¡Ahora sólo faltaría encontrar algún aparato en el que escucharlos!

Ayer fue viernes y por lo tanto día de clase. Las clases son para estudiantes de una universidad estadounidense, y no las doy en un aula, sino en la calle; hablamos de literatura, de historia, de arquitectura y de cómo lo que uno se encuentra por la ciudad también nos habla: un poco la vieja historia filosófica de que la naturaleza es un libro que hay que aprender a leer, sólo que aquí la naturaleza es más bien la ciudad, como afirmó Baudelaire.
Walter Benjamin dijo también que perderse en la ciudad, perderse de verdad, es algo muy difícil y que requiere una especie de formación artística. W.G. Sebald llevó este dictado a un nuevo nivel en sus libros, que están llenos de las casualidades y las historias que uno encuentra cuando se pierde por las calles de una ciudad.
Ayer me ocurrió que acompañé a dos alumnas a su otra clase, en Centro Universitario de Idiomas, que quedaba más o menos en la dirección que yo tenía que tomar. Pero en lugar de tomar una de mis rutas habituales, nos guió una de ellas por su ruta. De repente, a medio camino, sentí que estaba en otra ciudad: reconocía las calles y los comercios, pero desde una perspectiva distinta. Me había perdido, creo que por el simple hecho de haber cambiado de ruta.
Uno se marca rutas habituales por la ciudad de la misma manera que se marca rutas habituales en el pensamiento. Y para cambiarlas hace falta esfuerzo, inteligencia, arte y/o, como en mi caso, un accidente. Creo que Benjamin conocía perfectamente la sensación de extrañeza que da perderse de esta manera. La sensación de estar en otra ciudad sin abandonar la habitual, pero sí, abandonándola de cierta manera, encontrando otra, distinta (pero igual y distinta pero igual, etc.) en su lugar.
Supongo que uno lee cosas que se escapan de lo habitual por la misma razón. Abordar la realidad desde otro ángulo, no sólo ofrece nuevas perspectivas, sino que, en realidad, nos pone en otro mundo, como paralelo a este, y nos permite entender el mundo, la ciudad en la que vivimos, de otra manera (no siempre mejor, pero sí distinta). Es como si uno hiciera nueva su experiencia de lo habitual: una especie de vacuna contra la rutina y el cansancio de la vida diaria.

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