Después de arrastrarlo durante meses como una maldición (estuvo en Misiones, en Madryn y en los puntos intermedios de la trama), "Las Olas", de Virginia Woolf, murió dignamente aquí en Berlín y estuve tentado a arrojarlo a las aguas del Spree. Los libros tienen esa extraña habilidad de enrostrarnos recuerdos insospechados, quizás por su condición de testigos silenciosos de nuestras distintas épocas. Mi memoria-gruyere hace esfuerzos sobrehumanos para rescatar una cara pero más de una vez me ha regalado la pelicula entera a partir de la simple mención al panfleto del momento.
Tengo una absoluta incapacidad para decidir cuántos libros meter en la valija. Como si me fuera no a otro país sino a una dimensión paralela en la que me estará permitido trabajar como un loco, salir de noche, conectarme a deshoras con Buenos Aires y, sobre todo, embriagarme de lecturas, siempre termino cargando mis bolsos con los libros más improbables y variados que regresan, por supuesto, habitualmente vírgenes a Ezeiza.
Por lo tanto, luego de despedirme de la Sra. Woolf y con el entusiasmo del que ha recobrado la fe, ataqué gustoso la pequeña biblioteca que transporto en este viaje. Mi primera víctima fue "Berlín 1900. Prensa, lectores y vida moderna", una maravilla escrita por Peter Fritzsche que refleja su amor por las ciudades (escondido, por supuesto, en su torre de marfil). El libro empieza con una frase de alguien (no tengo el libro conmigo) que dice más o menos así: "Berlin es una ciudad que vive siempre transformándose pero sin nunca llegar a ser". La frase es perfecta y se aplica también a esta Berlin del siglo XXI de la que me he enamorado sin dobleces.
Tengo una absoluta incapacidad para decidir cuántos libros meter en la valija. Como si me fuera no a otro país sino a una dimensión paralela en la que me estará permitido trabajar como un loco, salir de noche, conectarme a deshoras con Buenos Aires y, sobre todo, embriagarme de lecturas, siempre termino cargando mis bolsos con los libros más improbables y variados que regresan, por supuesto, habitualmente vírgenes a Ezeiza.
Por lo tanto, luego de despedirme de la Sra. Woolf y con el entusiasmo del que ha recobrado la fe, ataqué gustoso la pequeña biblioteca que transporto en este viaje. Mi primera víctima fue "Berlín 1900. Prensa, lectores y vida moderna", una maravilla escrita por Peter Fritzsche que refleja su amor por las ciudades (escondido, por supuesto, en su torre de marfil). El libro empieza con una frase de alguien (no tengo el libro conmigo) que dice más o menos así: "Berlin es una ciudad que vive siempre transformándose pero sin nunca llegar a ser". La frase es perfecta y se aplica también a esta Berlin del siglo XXI de la que me he enamorado sin dobleces.
Y hace minutos terminé de leer "Historias de Diván", un libro que me conmovió profundamente. No soy fanático del género y no se me hubiera ocurrido comprarlo sino fuera por la recomendación de Alejandro (¡a quien ya le debo dos buenos consejos en esta materia!). Se lee de un tirón y es bastante transparente en cuanto a sus intenciones. Además, Rolón es pura bondad pero sin sentimentalismos. Sin dudas ,y en mayor o menor medida, we are all fucked up. Sin embargo, siempre envidié a la gente que se anima a bajarse de la carrera por un rato para auscultarse y mirarse valientemente al espejo, haciéndose cargo de sus mochilas personales. El libro recorre con sencillez ocho de esas historias.
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