Estoy leyendo un librito falsamente sencillo y e inmodestamente intitulado "El sentido de la vida" (Terry Eagleton). Casi al azar, pego algunas frases de las últimas páginas que me han tocado en suerte:
¡Apágate, apágate, breve candela!
La vida es sólo una sombra caminante, un mal actor
que, durante su tiempo, se agita y se pavonea en la escena,
y luego no se le oye más. Es un cuento
contado por un idiota, lleno de ruido y furia,
y que no significa nada.
Acto V, escena V. Macbeth. William Shakespeare
(...)
En su famosa Guía del autoestopista galáctico, Douglas Adams escribe sobre un ordenador llamado Pensamiento Profundo al que se le pide que calcule la respuesta definitiva sobre el universo. Tras siete millones y medio de cálculos, la máquina produce finalmente una respuesta: 42. A partir de ahí, pues, se hace necesario construir otro ordenador más grande que escrute cuál era la verdera pregunta. Esto me recuerda a la poetisa estadounidense Gertrude Stein, de quien se rumoreó que, en su lecho de muerte, no había dejado de preguntar una y otra vez: "Cuál es la respuesta?", para, en el postrer momento, murmurar finalmente: "Pero ¿cuál es la pregunta?". Una pregunta acerca de otra pregunta formulada mientras uno se precipita al borde de la nada parece un símbolo muy apropiado de la condición moderna.
(...)
La idea que el mundo debe ser algo que recibe su sentido de Dios porque, si no, es completamente aleatorio y absurdo supone una antítesis falsa. Ni siquiera quienes creen que Dios constituye el sentido último de la vida tienen necesariamente que deducir que sin tal base divina no existiría sentido coherente alguno.
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