En mi andar apurado de hamster en la rueda me cruzo con este señor una o dos veces por día, ida y vuelta por Perú, llegando tarde siempre a algún lado. Cada tanto -sobre todo en el reflujo cansado del atardecer- se me da por mirar hacia arriba. Él sigue ahí, dandole duro al yunque, ajeno a los ruidos bobos de más abajo, recordando quizás a la fabrica de molinos de viento de antaño. Ya no quedan oficios nobles.
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