La cámara es un artefacto extraño para los que tenemos mala memoria. Ya no hay escasez de soporte, por lo que uno se acostumbra rápidamente al capricho grabador y desenfunda el adminículo con frecuencia pero también inconstancia. Está claro, por otro lado, que grabarlo todo atenta contra la propia intención de recordar, ya que se corre el riesgo de acercarse a la idea borgeana de un mapa del mundo (¿o de China?) que tiene el mismo tamaño que el propio mundo (o de China, que quizás sea lo mismo). Las almas duermen en las entrañas del aparatito hasta que uno tiene tiempo de bajarlas-a-la-compu-subirlas-a-internet-postearlas-con-algún-comentario. Ahí se produce el primer quiebre espacio/tiempo, casi una respuesta a la paradoja "qué rápido que se pasó el año" vs. "qué cantidad de cosas que pasaron este año". A veces me pone contento ese destino autoimpuesto de cronista amateur que le muestra al mundo su recorte, como quien ofrece lo que pudo hacer con sus manos torpes. A veces, en cambio, siento que es otro el que blande el sable-cámara como escudo o escondite para vaya uno saber qué otras cosas.
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