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Esta reflexión algo absurda surge de la lectura del artículo "Antropología urgente en bicicleta", que recomiendo con tanto fervor como al vehículo en cuestión:
Marc Augé, el teórico de los no lugares, el cronista de la deshumanización del espacio urbano, hace también un ferviente Elogio de la bicicleta; librito aparecido también en el último año, en ocasión del proyecto de bicicletas comunitarias como transporte público que le está cambiando la cara a ciudades como París, Barcelona, Londres y pronto –ojalá– a Buenos Aires. Nuestra ciudad podría ser un caso emblemático. Porque nada más fácil aquí que una primera reacción de negación; decir que es imposible. Pero la idea de la bicicleta como medio de locomoción protagonista en la ciudad no es tratar de acomodarse a lo que hay, sino justamente una invitación a transformar lo dado. En un momento de urbanización del mundo, escribe Augé, donde los sueños rurales están condenados al clisé de la naturaleza domesticada de los parques regionales o a sus simulacros, los parques temáticos, el milagro del ciclismo reinventa la ciudad como un lugar de aventura. El sistema que pone bicicletas a disposición tanto de los habitantes como de sus visitantes obliga a reencontrarse, socializar las calles, rehacer los lazos vitales y soñar con un nuevo espacio. El libro de Augé, como un espejo del fenómeno que retrata, es en sí un lugar de encuentro; porque, lo que rara vez ocurre, la teoría parece encontrarse con la práctica; el catedrático se confunde con el hombre común; el pesimismo reinante en la academia deja de lado por un rato su pasión por el cinismo, sonríe e invita a la acción.
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