La Nación salió a pegarle fuerte al carnaval porteño con la indignación de una señora gorda. El feriado de dos días para los municipales, los subsidios a las murgas y los cortes de calle provocaron la airada indignación de La Tribuna de Doctrina.
Es triste que nadie se le anime al debate. El carnaval es una fiesta popular de antiguas raíces que habla de la identidad de los pueblos y de su capacidad para la crítica, la alegría o el llanto. Es, además, un enorme negocio que explotan muy bien países tan disímiles como Brasil, Francia o Estados Unidos. Se puede discutir civilizadamente por la conveniencia o no de otorgar el feriado (Uruguay es un buen ejemplo de un carnaval que dinamiza el turismo) pero da pena que nos tomemos tan livianamente nuestras tradiciones.
El lunes salí a disfrutar la vereda y me encontré al barrio entero divirtiéndose sobre la avenida Independencia. No hay que olvidarse, por otro lado, del rol social que cumplen las organizaciones murgueras con los pibes que las integran. Nos merecemos un carnaval a todo trapo en Buenos Aires y definitivamente tenemos la materia prima para lograrlo.
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