Pasé uno de esos días raros de fines de diciembre, entre navidad y año nuevo, escuchando este disco una y otra vez. Dice Jaime Roos en una nota escrita para la aparición de Cuerpo y Alma, que acompaña el objeto-maravilla que constituye el librito del CD:
"Pero usted, señor lector, que no está -ni tiene por qué- en el tecnicismo de los músicos, me dirá: "Suena medio raro". Yo lo único que puedo decirle es "por favor escuche dos o tres veces cada tema", y después hablamos. Si no le gusta no le gustó. Cada loco con su tema. Hubo un tal Felisberto Hernández que no ganó ni siquiera los concursos del Banco de Seguros del Estado.¡Y no pude más que hacerle caso y el disco giró y giró con la tarde y hubo un punto en el que me pareció "entender" a Eduardo Mateo!
Cuenta Jaime en el mismo texto que Hugo Fattoruso, al ser reporteado sobre Mateo, usó tres palabras: "cincuenta-años-adelante". Como no sé nada de música me cuesta largarme a contar sensaciones. Baste señalar que cada canción parece pintada varias veces, como el Cerro de los Siete Colores, y que el autor es un niño hiperconcentrado que a veces se ríe y más adelante es un monje tibetano con miles de años de sabiduría en el lomo.
El título del post es en realidad la alegría de haberme cruzado, casi por azar, con el Club del Disco, gente que ama a la música por sobre todas las cosas y que, por suerte, le han encontrado la vuelta al falso dilema de la piratería a puro entusiasmo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario