En la nueva globalización los países compiten a partir de sus propias fortalezas identitarias, generando productos y servicios de fuerte raigambre local y mirada global. Latinoamérica, rica en su diversidad, tiene una gran oportunidad por delante. Vale la pena ver la presentación de la diseñadora mexicana Carla Fernández en Design Indaba para entender el potencial que tenemos como continente si nos atrevemos a bucear en nuestros conocimientos, nuestra historia:
La propia Carla aporta más información sobre Taller Flora en esta entrevista. Destaco algunos de los elementos centrales de la iniciativa:
- Compromiso profundo con la investigación de carácter antropológico
- Trabajar con los conocimientos y saberes de las propias comunidades
- Capacitar a las cooperativas para que produzcan sus propios diseños (en lugar de trabajar a fasón para empresas textiles)
- Prendas que requieren un año y medio de trabajo y que cuentan la historia de la autora y de su comunidad
- La historia de encuentros y cruces de México está reflejada en sus tradiciones textiles. Esta es su fortaleza, su originalidad
- El objetivo es mostrar la inmensa creatividad de los artesanos mexicanos
- Usan métodos que son familiares para los artesanos para que haya margen para su creatividad. Parten de lo que ya saben
- Es clave asumir la realidad del lugar (muchos hijos, falta de trabajo, tabúes, prejuicios) e incorporarla a los proyectos
- A los artesanos se les paga por su trabajo artesanal pero también por sus ideas (propiedad intelectual)
- Desarrollar prendas de clase mundial, que contemplen los riesgos presentes en las comunidades (riesgos de incendio, toxinas, etc)
- Recuperaron fábricas abandonadas en el interior del país para desarrollar las diferentes líneas textiles
De acuerdo con el excelente artículo publicado por Luján Cambariere en M2, la argentina Andy Olcese parece estar desarrollando su proyecto bajo una lógica similar, particularmente en el vínculo con la naturaleza:
Ahí, como era de esperar, empezó a experimentar con todo lo que aparecía en el suelo: en los jardines, las orillas de lagos y ríos, y en las montañas. Piedras bocha, tejuelas de ciprés, maderas erosionadas por el agua, fruto de avellano nativo, alerce plateado por la erosión, cáscara de nuez, brácteas y madera de pino, entre otros. “He usado materiales que nadie imaginaba, como las fibras de los bellísimos ‘chochos’. La consigna seguía siendo la misma: no cortar nada que estuviera vivo, no dañar, no usar ningún elemento tóxico a lo largo de todo el proceso (ni lacas, ni barnices, ni pegamentos, sólo agua)”, detalla.