Hace poco leí este artículo sobre el Cynthia Gentry y su quijotesca vocación: hacer jugar a todo el mundo. Lean la nota que es cortita. Quizás mueran de envidia, como yo, con este proyecto para construir una casita en los árboles para que jugaran chicos de un campamento para niños discapacitados:
She envisioned it hidden in the trees, with enclosed and screened areas and, per the kids’ requests, fans to keep them cool, a swirly slide and hidden trapdoors.
“Most important was that the treehouse be magical and give the kids a sense of wonder,” she says.
Gentry presented her ideas to Lord, Aeck & Sargent, the architecture firm that had designed the camp. Senior associate Amy Leathers came up with a design that filled the bill: a rustic octagonal structure with a lookout and a “green” roof.
Gentry asked the Savannah College of Art and Design if students might be willing to carve totem poles to punctuate the path to the treehouse. Professor Allen Peterson’s introductory sculpture class went to Rutledge to see the camp.
“We were all blown away by the place and the mission,” he says.
Spurred by the cause and the opportunity to place their work in public, the students exceeded expectations, he says. By turns, colorful, wacky and mysterious, the sculptures add excitement to the journey through the woods. Camp director Dan Mathews reports the campers and their parents so love the new hideout that he jokes about renaming the facility Camp Treehouse.
Sirva este post para reflexionar sobre lo poco que jugamos en la ciudad. Tratamos al espacio público como si fuera un sitio incómodo e inseguro que nos separa de nuestras casas y no nos permitimos siquiera el rayito de sol en la vereda de nuestros mayores. Por otro lado, nuestras plazas son bastante aburridas y además están pensadas únicamente para menores.
El diseño tiene -o debería tener- un rol importante que jugar en el desafío de abrir nuevos espacios de juego en la ciudad. Habría que organizar concursos e involucrar a la propia comunidad local en la búsqueda de esos intersticios e invitar a todos a tomar las riendas en sus manos (¡como este señor de Portland que decidió traer unas cabras a pastar a su terreno!). Un buen comienzo podría ser listar los pocos espacios de juego existentes y mostrar ejemplos internacionales para inspirar el cambio.
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